Ayer en el taller de cuento y dramatización escuchamos una leyenda esquimal, Los peces del esquimal.
Como cada mañana, el esquimal Raluk fue a pescar. Como cada mañana también el oso polar fue a pescar. Ambos pescaban en el mismo sitio, al lado de una enorme placa de hielo.
Aquel día, y como casi siempre sucedía, el oso polar pescó muchísimos peces casi sin esfuerzo. Raluk nunca tenía tanta suerte e incluso en varias ocasiones había llegado a casa sin ningún pez para su familia.
Al oso polar parecía importarle poco aquello. El pescaba muchos más peces que él y su familia podían llegar a comer. Ni siquiera pensaba en que Raluk y su familia, muchos días, no tenían qué llevarse a la boca.
Un día Raluk preocupado por su hijo, ya que llevaba varios días sin comer, habló con el oso polar.
-Amigo oso, dijo Raluk. Tu eres un gran pescador pero creo que no eres un buen amigo, ni siquiera un buen vecino. Pescas muchos peces sin pensar que no quedan peces para los demás.
-Simplemente soy más rápido que tú y yo también tengo que alimentar a mi familia, contestó el oso polar.
-Entiendo lo que quieres decir, explicó Raluk. Lo único que te pido es que no pesques más peces de los que necesites porque así podríamos comer todos. Tú podrías alimentar a tu familia y yo a la mía. Además cuantos más peces cojas llegará el día en que aquí no habrá peces para alimentar a nadie. Ni siquiera tú podras pescar más.
El oso polar desatendió las palabras de Raluk y al cabo de unos meses sucedió lo que el esquimal ya le había advertido al oso. Al lado de casa ya no había peces para nadie, ni siquiera para el oso avaricioso.
Raluk, que aún era joven, caminaba todos los días muchos kilómetros para pescar en un lugar donde aún había muchos peces. Al atardecer volvía a su iglú con tres peces: uno para su mujer, otro para su hijo y otro para él.
Una tarde el oso polar le esperaba a la puerta de su iglú.
-Amigo Raluk, dijo el oso polar. Veo que todas las tardes traes comida a tu casa. Aquí ya no quedan más peces y hace días que mi familia no come. Yo ya soy viejo y no puedo andar tanto como tú para ir en busca de comida. ¿Qué puedo hacer?
Raluk le contestó así:
-Amigo oso, dijo Raluk. Muchas veces te expliqué el error que estabas cometiendo. Pescabas sin parar, sin pensar en los demás. Y ahora ya ni siquiera tienes peces para alimentar a tu familia. Yo te pedí muchas veces que no fueses tan avaricioso pero ni siquiera me escuchastes.
Raluk iba a entrar ya al iglú cuando en ese mismo instante, el oso, con lágrimas en los ojos, le suplicó que le regalase un pez.
-Mi osezno va a morir si hoy no come, le explicó a Raluk.
Raluk sacó un pez de su cesta, el que iba a comerse él, y se lo entregó al oso polar.
-¡Muchas gracias Raluk! ¡Muchas gracias! Eres un gran amigo y un gran vecino. Cuando necesites ayuda llámame.
Cuando Raluk entró al iglú su mujer se enfadó con él por haber sido tan compasivo y comprensivo con el oso polar.
-Te ha vuelto a engañar, dijo su mujer. Seguro que todos los días te pide un pez y si alguna vez necesitamos su ayuda nunca nos ayudará, tenlo por seguro.
-No lo creo, aseguró Raluk. Estoy convencido de que se ha dado cuenta de sus errores. Desde mañana pescaré tres peces más para que él y su familia se puedan alimentar.
-¿Estás loco Raluk? ¿Por qué le tienes tanta lástima?, le preguntó su mujer enfadada.
-Es un oso viejo y ya no puede andar tanto como yo, explicó Raluk. No me costará nada pescar tres peces más.
-Eres demasiado bueno Raluk, le echó en cara su mujer. Algún día te darás cuenta de que ser tan bueno no sirve para nada.
Raluk cumplió su promesa y cada día le daba al oso polar sus tres peces.
El oso polar estaba tan agradecido a Raluk que no sabía qué hacer. Se sentía avergonzado.
-No te preocupes amigo oso, le explicaba Raluk. No me cuesta nada pescar tres peces más y soy feliz viendo que mis vecinos también pueden comer.
-Gracias amigo, gracias. Tu bondad es infinita.
Raluk no daba importancia a las palabras del oso. Raluk hacía simplemente lo que le dictaba su corazón. Raluk era una persona bondadosa.
Pasaron varios meses y Raluk seguía haciendo lo mismo cada día. Pescaba siempre seis peces.
Una tarde al llegar a casa encontró a su mujer llorando. El niño de Raluk no paraba de temblar. Lloraba agarrado a su madre. Y nada, ni el calor de su madre, ni todas las mantas, ni siquiera el fuego podía calmar el frío que sentía. Tiritaba sin parar.
Raluk fue corriendo a casa del oso polar para darle los peces de cada día. Pero el oso polar notó que Raluk estaba muy triste.
-¿Qué sucede amigo?, le preguntó preocupado el oso.
-Mi hijo no para de temblar, le explicó Raluk. No para de tiritar y no hay nada que le haga entrar en calor. Ni todos los pellejos, ni todas las mantas ni el calor de su madre. Estoy muy preocupado.
-Amigo Raluk no te preocupes, yo sé como calmarle, le tranquilizó el oso. No hay frío que yo no pueda soportar. Fíjate como sobrevivimos a todas las tormentas de nieve, a todos los fríos que nos acechan. La piel de un oso puede con todo.
Raluk sonrió al oso polar.
-¿Vendrías tú a dar calor a mi hijo, ese calor que le falta?
El oso polar no contestó. Dio media vuelta, conversó con su mujer y el osezno y siguieron a Raluk hasta su iglú. Los tres osos unieron sus cuerpos hasta convertirse en una bola rolliza y caliente de suaves pelos blancos.
La mujer de Raluk no podía creer lo que estaba viendo. Lloraba sin parar mientras dejaba a su niño al lado de los osos.
Estos le dieron todo su calor y pronto estuvo recuperado. El niño sonreía para regocijo de sus padres. Los osos también sonreían.
-Amigo Raluk, dijo el oso polar. Pensé que iba a morir sin poder corresponderte alguna vez. Sin poder agradecerte, de alguna manera, todo lo que haces por mí. Hoy soy feliz porque, al fin, he podido ayudarte en algo. Me siento feliz al haberte hecho feliz. Gracias por tus enseñanzas. Gracias amigo.
La familia de osos polares se quedó toda la noche con el niño para darle incluso el calor que ya no necesitaba. Raluk y su mujer durmieron felices al lado de los osos. Todos eran ya grandes amigos.
Aquel día, y como casi siempre sucedía, el oso polar pescó muchísimos peces casi sin esfuerzo. Raluk nunca tenía tanta suerte e incluso en varias ocasiones había llegado a casa sin ningún pez para su familia.
Al oso polar parecía importarle poco aquello. El pescaba muchos más peces que él y su familia podían llegar a comer. Ni siquiera pensaba en que Raluk y su familia, muchos días, no tenían qué llevarse a la boca.
Un día Raluk preocupado por su hijo, ya que llevaba varios días sin comer, habló con el oso polar.
-Amigo oso, dijo Raluk. Tu eres un gran pescador pero creo que no eres un buen amigo, ni siquiera un buen vecino. Pescas muchos peces sin pensar que no quedan peces para los demás.
-Simplemente soy más rápido que tú y yo también tengo que alimentar a mi familia, contestó el oso polar.
-Entiendo lo que quieres decir, explicó Raluk. Lo único que te pido es que no pesques más peces de los que necesites porque así podríamos comer todos. Tú podrías alimentar a tu familia y yo a la mía. Además cuantos más peces cojas llegará el día en que aquí no habrá peces para alimentar a nadie. Ni siquiera tú podras pescar más.
El oso polar desatendió las palabras de Raluk y al cabo de unos meses sucedió lo que el esquimal ya le había advertido al oso. Al lado de casa ya no había peces para nadie, ni siquiera para el oso avaricioso.
Raluk, que aún era joven, caminaba todos los días muchos kilómetros para pescar en un lugar donde aún había muchos peces. Al atardecer volvía a su iglú con tres peces: uno para su mujer, otro para su hijo y otro para él.
Una tarde el oso polar le esperaba a la puerta de su iglú.
-Amigo Raluk, dijo el oso polar. Veo que todas las tardes traes comida a tu casa. Aquí ya no quedan más peces y hace días que mi familia no come. Yo ya soy viejo y no puedo andar tanto como tú para ir en busca de comida. ¿Qué puedo hacer?
Raluk le contestó así:
-Amigo oso, dijo Raluk. Muchas veces te expliqué el error que estabas cometiendo. Pescabas sin parar, sin pensar en los demás. Y ahora ya ni siquiera tienes peces para alimentar a tu familia. Yo te pedí muchas veces que no fueses tan avaricioso pero ni siquiera me escuchastes.
Raluk iba a entrar ya al iglú cuando en ese mismo instante, el oso, con lágrimas en los ojos, le suplicó que le regalase un pez.
-Mi osezno va a morir si hoy no come, le explicó a Raluk.
Raluk sacó un pez de su cesta, el que iba a comerse él, y se lo entregó al oso polar.
-¡Muchas gracias Raluk! ¡Muchas gracias! Eres un gran amigo y un gran vecino. Cuando necesites ayuda llámame.
Cuando Raluk entró al iglú su mujer se enfadó con él por haber sido tan compasivo y comprensivo con el oso polar.
-Te ha vuelto a engañar, dijo su mujer. Seguro que todos los días te pide un pez y si alguna vez necesitamos su ayuda nunca nos ayudará, tenlo por seguro.
-No lo creo, aseguró Raluk. Estoy convencido de que se ha dado cuenta de sus errores. Desde mañana pescaré tres peces más para que él y su familia se puedan alimentar.
-¿Estás loco Raluk? ¿Por qué le tienes tanta lástima?, le preguntó su mujer enfadada.
-Es un oso viejo y ya no puede andar tanto como yo, explicó Raluk. No me costará nada pescar tres peces más.
-Eres demasiado bueno Raluk, le echó en cara su mujer. Algún día te darás cuenta de que ser tan bueno no sirve para nada.
Raluk cumplió su promesa y cada día le daba al oso polar sus tres peces.
El oso polar estaba tan agradecido a Raluk que no sabía qué hacer. Se sentía avergonzado.
-No te preocupes amigo oso, le explicaba Raluk. No me cuesta nada pescar tres peces más y soy feliz viendo que mis vecinos también pueden comer.
-Gracias amigo, gracias. Tu bondad es infinita.
Raluk no daba importancia a las palabras del oso. Raluk hacía simplemente lo que le dictaba su corazón. Raluk era una persona bondadosa.
Pasaron varios meses y Raluk seguía haciendo lo mismo cada día. Pescaba siempre seis peces.
Una tarde al llegar a casa encontró a su mujer llorando. El niño de Raluk no paraba de temblar. Lloraba agarrado a su madre. Y nada, ni el calor de su madre, ni todas las mantas, ni siquiera el fuego podía calmar el frío que sentía. Tiritaba sin parar.
Raluk fue corriendo a casa del oso polar para darle los peces de cada día. Pero el oso polar notó que Raluk estaba muy triste.
-¿Qué sucede amigo?, le preguntó preocupado el oso.
-Mi hijo no para de temblar, le explicó Raluk. No para de tiritar y no hay nada que le haga entrar en calor. Ni todos los pellejos, ni todas las mantas ni el calor de su madre. Estoy muy preocupado.
-Amigo Raluk no te preocupes, yo sé como calmarle, le tranquilizó el oso. No hay frío que yo no pueda soportar. Fíjate como sobrevivimos a todas las tormentas de nieve, a todos los fríos que nos acechan. La piel de un oso puede con todo.
Raluk sonrió al oso polar.
-¿Vendrías tú a dar calor a mi hijo, ese calor que le falta?
El oso polar no contestó. Dio media vuelta, conversó con su mujer y el osezno y siguieron a Raluk hasta su iglú. Los tres osos unieron sus cuerpos hasta convertirse en una bola rolliza y caliente de suaves pelos blancos.
La mujer de Raluk no podía creer lo que estaba viendo. Lloraba sin parar mientras dejaba a su niño al lado de los osos.
Estos le dieron todo su calor y pronto estuvo recuperado. El niño sonreía para regocijo de sus padres. Los osos también sonreían.
-Amigo Raluk, dijo el oso polar. Pensé que iba a morir sin poder corresponderte alguna vez. Sin poder agradecerte, de alguna manera, todo lo que haces por mí. Hoy soy feliz porque, al fin, he podido ayudarte en algo. Me siento feliz al haberte hecho feliz. Gracias por tus enseñanzas. Gracias amigo.
La familia de osos polares se quedó toda la noche con el niño para darle incluso el calor que ya no necesitaba. Raluk y su mujer durmieron felices al lado de los osos. Todos eran ya grandes amigos.
Después de escucharlo y sacar de él dos enseñanzas muy importantes:
- "No se pueden coger todos los peces porque si no se acaban"
- "Hay que ser bueno, buen vecino, buen amigo y ayudar a los demás".
Lo dramatizamos: un narrador, los tres osos y los tres esquimales.
Raluk y el oso polar pescando |
Raluk pidiendo por favor un pez para dar de comer a su familia |
La mujer de Raluk un poco enfadada, preguntando por qué le daba el pez |
Raluk pidiendo ayuda al oso polar |
Los tres osos polares dando calor al hijo de Raluk |
He visto tu post y me ha gustado bastante.
ResponderEliminarEste cuento me encanta y lo suelo contar en clase.
Tan sólo hacer una aclaración: no es una leyenda sino un cuento original de Araceli Cobos.
Lo sé porque tenía curiosidad por la autoría del mismo y, como lo vi publicado en su blog, le pregunté.
Lo puedes ver aquí: http://www.un-libro-abierto.com/los-peces-del-esquimal/
Un saludo y enhorabuena por tu trabajo!